No son muchas, pero son muy destacables y útiles para nuestra sociedad: los talleres de reparación de aparatos electrónicos, suelen ser un negocio iniciado por padres o abuelos que las nuevas generaciones han continuado y modernizado, a pesar de todas las piedras en el camino que tiene que sortear un negocio que, ya no cuadra con la sociedad de las falsas necesidades y el consumismo.
Ante una nueva filosofía en los sistemas de producción tecnológica, donde prima el abaratamiento de costes y precios frente a la fabricación de un aparato duradero y de calidad, los talleres de reparación han encontrado que, durante muchos años, los clientes han optado por la sustitución en lugar de la reparación. Además, los profesionales electrónicos deben enfrentarse al hecho de que los fabricantes dificultan el arreglo con la retirada de stocks de piezas. A ellos no les interesa la reparación, sino la venta de más y más aparatos. Y todo, bajo el paraguas de la obsolescencia programada y, aún más poderosa, la obsolescencia social, que se nutre de unas potentes campañas de marketing que nos empujan a renovar, a ir siempre en busca del último modelo.
En los últimos años, y a consecuencia de la crisis económica, parece que se ha puesto freno a esta compra desmedida, y que se ha vuelto a dar valor al concepto de reparación y reutilización. Los clientes han regresado a los talleres reparadores, a los pocos que quedan hoy en día. Con su profesionalidad no han dejado de presentar alternativas a la retirada de aparatos, y siempre con rapidez y a precios competitivos.
Y así, nadando a contracorriente, continúan estos profesionales ofreciendo sus servicios, con la confianza que otorga la experiencia y la formación. También con la convicción que siempre se puede encontrar una solución que favorezca al cliente y le saque de este frenesí de consumismo tecnológico que, al fin y al cabo, no hace más que nutrir los vertederos mundiales con materiales de difícil eliminación.