Las zonas húmedas se asocian, casi inevitablemente, a espectaculares ocasos proyectando esa bella luz anaranjada sobre una infinita lámina de agua, a la imponente silueta de una garza real cuando levanta su vuelo, o al sonido de infinidad de seres vivos que en ellas encuentran refugio y hábitat. Sin duda, esta riqueza paisajística y en biodiversidad las convierte en recursos a conservar.

Sin embargo, hay más. A partir de ahora, cuando nos sentemos a contemplar estos paisajes, también podemos empezar a ver las zonas húmedas como unas imprescindibles aliadas en la salud de nuestras ciudades y la nuestra propia. Porque, ocultos a nuestros ojos, se desarrollan unos fascinantes procesos biológicos que convierten a los humedales en auténticos secuestradores de CO2. Así que, si CO2 nos suena a cambio climático, ya sabemos que esas láminas de agua no solo nos proporcionan momentos de ocio y belleza, sino que pueden ayudarnos a retirar de nuestra atmósfera esos gases de efecto invernadero que tanto nos están complicando la vida.

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